¿Quién dijo que todo está perdido para Juventud? ¿Que el descenso era cuestión de horas, días o semanas o que solo había que esperar sentado a que se produzca la debacle por la que todo el pueblo antoniano no puede conciliar el sueño, pensando en ese fatídico descenso que aún está cerca?
El santo vive y aún se aferra con lo que puede al Federal A. Con poco, con escasas armas, con todos sus dramas y limitaciones, pero no quiere arder antes de tiempo en la hoguera de los descendidos ni soltar la esperanza. Resiste y quiere llegar a la última fecha (el clásico con Gimnasia en el Gigante del Norte, el 24) con posibilidades de salvarse.
Y, fundamentalmente, por lo realizado en el segundo tiempo en la valiosísima victoria de ayer ante Crucero del Norte en Misiones, por 2 a 1, quedó la sensación de que el elenco antoniano fue en ese período un equipo radicalmente diferente al que se mostró abatido, perplejo, impávido y psicológicamente descendido en aquella fatídica noche de viernes en el Martearena con San Martín.
A pura garra, ganas y corazón, y con el argumento futbolístico a un costado, Juventud dio vuelta con goles de Juan José Molina y Abel Argañaraz un partido que en el primer tiempo parecía perdido.
Es que el santo de los primeros 45 minutos se asemejó más al de los 90 contra los formoseños. Las vacilaciones y la falta de ideas volvían a ser moneda corriente y era Crucero el que capitalizaba la desesperación y la ansiedad de su rival.
Y el primer golpe pareció de nocaut, apenas transcurrido el primer cuarto de hora del partido: a los 16’, tras una buena maniobra colectiva y un centro quirúrgico de Gancedo, apareció solo Federico Martínez en el segundo palo para poner 1 a 0 arriba a los de Garupá.
Tras el mazazo el equipo de Adrover pareció desmoronarse, con síntomas similares a los del golpe que le dio San Martín: imprecisiones, nervios, aparente desborde emocional por el contexto, lo que le permitió a Crucero, con poco, controlar el partido y las acciones. Tal es así que tuvo para liquidarlo a los 41’, cuando Campozzano peinó un balón tras un tiro libre, y la bola apenas salió desviada por centímetros. Como contrapartida, Juventud pateó una sola vez al arco, hasta ahí prácticamente no había inquietado a Argüello, no había un plan y los intentos eran estériles.
Pero en el complemento llegó la reacción. El fútbol ausente no emergió como por arte de magia, pero apareció la rebeldía y la “sangre” necesaria para enfrentar este duro trance.
A pura guapeada y lucha en el área rival, tras una serie de rebotes, cuando el santo estaba jugado entre pato o gallareta, apareció el diminuto Molina para empujarla y poner el 1-1 que transformó el partido (12’). Ahí pareció ser el equipo local (a salvo de todo) el golpeado y el visitante el aplomado. Trascartón, Adrover mandó a la cancha a Acosta y este contribuyó para darle al equipo el volumen que había estado ausente. En sus pies estuvo la génesis del gol de la victoria, el de Argañaraz, el del desahogo, el del 2-1 que permitía creer y soñar.
Luego tuvo que resistir, como podía y con lo que se podía, y hacer tiempo también valía. Todo por seguir aferrado a la ilusión de no descender.
Juventud logró un triunfo vital y está obligado a ganarle a Zapla y a llevarse el clásico final. ¿Y luego? A implorar por que los astros lo ayuden.